Los primeros datos en la historia sobre la construcción del castillo de Cardona sitúan el inicio de la obra en el siglo IX. La fortificación se fue ampliando con distintos estilos arquitectónicos según el gusto de los inquilinos que la fueron habitando.
Con la llegada de los Condes-Duques de Cardona la villa alcanzó su máximo esplendor. De hecho, los restos del linaje de los Cardona permanecen en el interior de la iglesia, sita en el centro de la fortaleza.
El territorio de Cardona se convirtió en frontera de los territorios cristiano y musulmán. La relación entre ambos pueblos era cordial y asiduamente se mantenían reuniones entre sus representantes en el interior del castillo.
El Conde de Cardona, como prueba de amistad, invitó al príncipe Abdalá a una de las fiestas que tenían lugar en el interior de la fortaleza. Durante la cena, Adalés, hija del conde, y el príncipe Abdalá cruzaron sus miradas enamorándose perdidamente.
Orígen del fantasma del parador de Cardona
Todas los rincones de la fortificación fueron testigos de los encuentros furtivos de la pareja en la oscuridad de la noche, desde el mismo día que se conocieron.
Adalés, descubierta y traicionada por uno de sus hermanos fue encerrada por su padre en la que hoy conocemos como la torre de la minyona (torre de la doncella), y para asegurar que no tenía contacto alguno con el exterior ordenó que la atendiera un sirviente sordomudo.
El duque de Cardona, ante tal afrenta declaró la guerra y la inmediata expulsión de los musulmanes de sus territorios. Abdalá, lejos de ordenar la retirada de sus tropas, intentó el asalto a la fortaleza, día tras día, para rescatar a su amada.
Las intensas batallas para liberar a Adalés acabaron por menguar las tropas sarracenas, que finalmente fueron derrotadas.
Tras la muerte de Abdalá eran muchos los que decían ver su silueta montando a caballo, a las doce de la noche, alrededor de la torre.
La nobleza de Barcelona, conocedora de los hechos, tras una reunión con el Duque lograron convencerlo para que levantará el castigo a Adalés. Resuelto a poner fin al cautiverio, a sur regreso al castillo, ordenó liberar a la joven. Demasiado tarde, los sirvientes le informaron que Adalés yacía muerta en el interior de la torre con las manos ensangrentadas.
En la parte posterior de la puerta encontraron una cruz pintada con su propia sangre para demostrar a su padre que jamás había renunciado a su fe.
El espíritu de la joven vaga desde entonces por el castillo de Cardona esperando ser rescatada.
MMB